viernes, 24 de febrero de 2012

Cómo es el amor entre los perros (VIII) (Rosi)

Rosi fue la primera perra de mi humana. Cuando ella, mi humana, tenía tres años, la llevaron a elegir cachorro de una camada que había tenido la perra de su abuelo, Marilín. Había tres perritos negros y uno marrón claro. Mi humana escogió el diferente, el medio-amarillo; pero como aún no sabía bien los nombres de los colores dijo que quería el de color rosa. De ahí el nombre de Rosi.

Rosi también tenía apellido, porque una vecina se llamaba igual que ella y cuando gritaban a la perra, siempre salía la vecina, así que Rosi pasó a llamarse "Rosi de Capuchino", otro desvarío infantil de mi humana.

Aunque Rosi era, en teoría, propiedad de mi humana (o por lo menos eso le decían), la perra solo vivía para otra persona: la madre de mi humana. Si ésta no estaba, la perra no comía. Hacía huelga de hambre, y con muy buena voluntad porque no probaba bocado, daba igual el manjar. Cuando ella volvía Rosi se hinchaba de tal alegría que no le importaba correr alocadamente por entre las verduras, aunque sabía perfectamente que era una aberración.

Como Rosi salió muy, muy lista y era conocida en el barrio por esa característica, tenía una larga lista de espera para adoptar a su descendencia, y unos novios muy elegantes que fueron pasando por casa para conseguir la fecundación.

Pero Rosi nunca quiso a ninguno de los preseleccionados porque tenía capacidad de decisión,... y había escogido a un macarrita que solo aparecía en la época de celo y que meaba en la puerta de casa sin parar. Rosi solo se cruzaba con él. Aprovechaba cualquier despiste para consumar. La descendencia se colocaba igual, aunque todos se quejaban de lo feos que salían, esperando que por lo menos fueran listos....

Rosi se quedó preñada por última vez con 11 años. Ya no tenía el celo y nadie esperaba esa sorpresa. Los dos primeros fetos de su interior estaban muertos y el último vivo. El único veterinario de la zona dijo que a su edad, ya con 11 años, no merecía la pena hacer nada. Rosi iba a morir.

Acudieron al tío Jose, carpintero de profesión pero veterinario de corazón. Tenía mucha experiencia en partos de animales, sobre todo de vacas, aprendido de su madre.

Y rápidamente se echó aceite en una de sus grandes manos de carpintero, fue dilatando a Rosi y extrajo, uno a uno, sus cahorros.

Efectivamente, dos muertos... y detrás, una coqueta a la que sus humanos llamaron Tania y la malcriaron con tortillitas francesas de jamón york (su plato preferido).

Rosi aún vivió 5 años más, aunque andaba con las piernas arqueadas debido a la anchura de las manos del tío Jose, como si fuera una vaquera.

Tío Jose, aprovecho este blog para darte las gracias, de parte de Rosi y de todos los animales que salvaste con tu don.



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